Hacer una depuración es renovarse, no solo a nivel físico sino también a nivel emocional, mental y espiritual. Es una pausa en la vida, un espacio que nos regalamos para vaciarnos de todo aquello que hemos ido acumulando hasta el momento y que se está convirtiendo en una carga: toxinas que impiden el correcto funcionamiento del organismo (en consecuencia nos pueden estar provocando síntomas o enfermedades que se van acumulando a lo largo de los años), pensamientos negativos que nos amargan los días, estrés que nos irrita los intestinos, nos oxida y nos agota las suprarenales, emociones que, lejos de hacernos felices, nos envejecen mientras vemos como la vida pasa de largo: cuerpo, mente y emociones están unidos, no nos podemos dividir por partes y una repercute en la otra. Así, cuando cuidamos o descuidamos un aspecto repercute en el otro. La salud se consigue cuando estas tres partes inseparables conviven en armonía.
Cuando hacemos una dieta depurativa es frecuente sentir que nuestras emociones i pensamientos cambian, incluso la percepción de las cosas. La reflexión, la inspiración, la claridad mental, la ilusión, el aumento o la disminución de la capacidad de concentración, la independencia emocional, una sensación de libertad, de paz o un aumento de la percepción pueden darse durante una depuración. También es posible notar algunos síntomas o signos físicos como por ejemplo dolor de cabeza (sobretodo los primeros días), cansamiento o aumento de la energía, capa blanca en la lengua, granos, orina más fuerte, regulación del tránsito intestinal… Todos ellos son positivos y necesarios para el cambio, pudiendo diferir de una persona a otra según diversos factores como su estado de salud, la edad, las reservas energéticas y su energía vital. El estado de la persona lo tiene que valorar un profesional de la salud para poderle hacer una dieta adaptada a sus necesidades individuales.
Una depuración es idónea para cambiar de hábitos, para dejar atrás todos aquellos vicios nocivos y reemplazarlos por otros de beneficiosos. Nos permite empezar de nuevo y vale la pena aprovecharlo porque el esfuerzo que se requiere para evitar caer en tentaciones durante los días que dura la depuración merece una recompensa a largo plazo.
Nuestro cuerpo es sabio: cuando le damos aquellos alimentos que lo benefician ya no quiere volver a sentir los efectos indeseables de los alimentos que no le convienen. Es importante, no obstante, estar bien atentos y aumentar nuestra consciencia a través de la auto-observación para reconocer el efecto que los alimentos tienen en nuestro cuerpo.
También es una buena ocasión para trabajar la dependencia emocional que tan a menudo tenemos hacia los alimentos, así como creencias limitadoras. Para hacerlo, podemos practicar una meditación muy sencilla que consiste en cerrar los ojos y observar las propias emociones y pensamientos: ser conscientes de éstas nos ayuda a desidentificarnos de ellas (quizá descubrimos que no somos lo que pensábamos que éramos y que no necesitamos lo que pensábamos que necesitábamos). La dependencia, ya sea a un alimento, a una persona o a una cosa, nos provoca sufrimiento y, las creencias limitadoras, nos impiden cambiar y enriquecernos de nuevas experiencias. Cuando conseguimos liberarnos de ellas se produce un estado de satisfacción y aprendemos a fluir con la vida.
Es hora de parar, de eliminar todo aquello que nos sobra y que nos impide vivir plenamente el momento presente. Solo entonces, cuando nos hayamos vaciado, nos podremos llenar de alimentos, de pensamientos y de emociones positivas, de aquellas que tienen la llave de nuestro bienestar.